miércoles, 3 de octubre de 2012

Y de repente apareces vos, siendo un todo dentro de tanta nada. Todo lo que yo necesitaba. Un diván, un bosquejo, pura magia, un espejo. Pero nada es simple, nada en esta vida es tan simple. Tendría que serlo, al menos una vez,  un momento. 
Cuando tomas una decisión, todas las señales se empeñan en decirte que te retractes, que no estás en el camino correcto. Y ya lo sé, lo tengo más que claro. Salgo de Guatemala para meterme en Guatepeor. Es de esas cosas que te prometes a vos mismo nunca hacer, pero caes solo, sin darte cuenta, sin poder huir ahuyentado como si te persiguieran una manada de lobos. No se puede, todo pasa por algo. No es que no tenga ganas de luchar contra tus muros, sino todo lo contrario. Lo que no quiero es derribarlos para que otras personas disfruten de eso. Si, suena egoísta, pero no quiero otra vez sufrir el trauma de ser la última de la fila, no soportaría otro fracaso, ya estoy cansada.  
Cansada de mi, de esto, de luchar contra imposibles y nunca lograr un pedazo de felicidad completa. No digo que nunca fui feliz, por suerte el karma me ayudo a cumplir gran parte de mis sueños, a enfrentar otros tantos miedos. Pero este miedo ya no lo tolero, este miedo tiene la capacidad de derribarme y ponerme tres metros bajo tierra, de encerrarme en la burbujita incierta y vacía de esperanza que siempre me queda después de la derrota.
Movería mi mundo entero si así me lo pidieras, movería mi mundo entero si te dieras cuenta de que lo necesito. Pero eso nunca pasa, eso nunca existe, es el eterno retorno de lo no concluido, la eterna búsqueda de algo que nunca se encuentra.


“¿Que fue que nos unió en un mismo vuelo?
¿Los mismos anhelos?
¿Tal vez la misma cruz?“

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