En mi cabeza se alinean miles de palabras. Se juntan, se conocen, se
saludan, se invitan, se acompañan, se pelean, se distancian, se
reordenan. Frases completas que surgen, que crecen, que viven entre mis
ideas, que se acurrucan en mis neuronas, que se quedan ahí, listas,
predispuestas a ser dichas o archivadas o modificadas o agrupadas.
Decenas de nociones cotidianas se enuncian a si mismas adentro mío cada
día. Están ahí, acá, se van haciendo lugar las unas a las otras, se van
distribuyendo en conjuntos caprichosamente armados, se van etiquetando
entre ellas. Conversan, se burlan, se ríen hasta las disfonía, gritan,
se conocen, se olfatean, se quieren y se repelen, se acarician, lloran,
se lastiman, se escuchan, se ignoran, brindan, duermen, existen, son
mientras yo estoy distraída cocinando, caminando, cantando, conversando, escribiendo, viviendo.
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